2 dic 2011

AzoteDePaís

Publicado en el Semanario "La Razón" Eduardo Casanova (Chávez de papel, editorial Actum, 2003, págs 26,27,y28)

El azote de barrio es un rufián que, apoyado en las armas, se niega a cumplir con las leyes y abusa, por la fuerza bruta,contra todos los demás. Por lo general sólo desaparece cuando se enfrenta a otro azote de barrio que resulta más fuerte que él. O cuando la comunidad, en acción nada ejemplar, se agavilla, deja de cumplir también con la ley, y lo mata. Todo lo cual es parte de la corrupción de la sociedad. Por desgracia, a Venezuela le ha caído un azote de país. Un personaje que apoyado en que tiene el poder y, sobre todo, las armas, se niega a cumplir con la Constitución y las leyes y abusa a diestra y siniestra contra los derechos de todos los demás. Un personaje que fue puesto al frete de la República para que gobernara y para que enmendara el rumbo por el que habían llevado al país los partidos políticos que lo dominaron desde 1958. Y, lejos de hacerlo, se ha dedicado a recorrer con más brutalidad y mala fe el camino de abusos de poder e irresponsabilidades que esos partidos recorrieron durante cuarenta años. A la pobre Venezuela le cayó un terrible azote de país, que prometió una revolución y ni ha hecho ni quiere hacerla. Ni quiere ni puede gobernar, porque no está capacitado para ello. Y no se trata, como algunos de los que durante cuarenta años han conducido por pésimas derrotas al país han dicho de que es un aprendiz de dictador o un dictador en ciernes. Ese no es el problema, ni mucho menos. Se trata de que no sabe gobernar. No el interesan ni el presenta ni el porvenir del pueblo, sino su propio disfrute del poder, su propio gozo al verse en el centro de la escena, lanzando primeras bolas, echando al aire discursos interminables y llenos de falsedades y demagogia, besando niños y viejecitas, tal como lo hacían los primeros líderes de los partidos que durante cuarenta años desilusionaron al pueblo. Se trata en fin, de que no tiene capacidad para dirigir el país ni la valentía para hacer una revolución. Sólo tiene la fuerza bruta, las armas y la falta de respeto hacia la legalidad, tal como sus colegas chiquitos de los barrios azotados. Da rrabia y lástima ver que muchos hombres y mujeres, que hasta ahora habían sabido conducir sus vidas con dignidad, se han hecho cómplices de la estulticia y la pequeña ambición del azote de país. En los barrios azotados eso suele ocurrir por cobardía y comodidad de quienes no quieren verse envueltos en problemas graves y por eso se niegan a colaborar con la policía para sacar del barrio al azote por las vías legales. En el país es otra cosa: el azote de país se presentó como un camino viable para enderezar el rumbo torcido que el país llevaba, y muchos se dejaron llevar sólo por los signos exteriores, por la superficie. Pero ya ha habido suficiente tiempo como para que la verdad se descubra. Es una verdad que tiene que doler, pero que nadie puede negar: el azote de país, con sus desplantes, con sus amenazas, con sus insultos, con su pretender que el que no lo apoya es un corrupto, está dañando en forma irreparable el presente y el porvenir de la patria y está impidiendo, tal como ocurrió con el espejismo guerrillero de los años sesenta, la posibilidad real de una revolución. Gobernar bien habria sido, en si, una verdadera revolución. Gobernar para que se consiguiera la igualdad social, hubiera sido una gran revolución. Con la negativa a eliminar el Seguro Social y a subir la gasolina, con el IVA y la voracidad fiscal se perjudica a los no privilegiados y se favorece a los privilegiados. Con la politiquería barata y la demagogia se daña a todos los venezolanos, hombres, mujeres y niños por igual. Con su politiqueria, por ahora, no nos ha dejado sino un camino: derrotarlo en su propio terreno, evitar que imponga sus pequeñas ambiciones de azote de país en la Constituyente. Pero si allí también fracasamos, habrá que conseguir otro camino, que no va a ser fácil, porque si es dificil quitar del camino a los azotes de barrio, mucho más lo debe ser el quitarnos de encima un azote de país.

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