4 mar 2013

El Pa-ta Pa-ta y La Salsa


Remontemonos a aquellos años de 1968, este país venia de un terremoto, como regalo a Caracas por sus 400años de fundada.Siempre Venezuela en una tragedia, pero antes bonchabamos más, nuestro pensamiento estaba en el whysky y en Disney Landia.

En medio del desfile de bluffs y mediocridades que nos han visitado últimamente, dejando "peladas" de paso las cajas de los cabarets y plantas televisoras, Miriam Makeba refulge con brillo enceguecedor. Esta distinguida artista africana es una muestra de lo que podría dar Suráfrica al mundo en materia de arter y espectáculo de no estar sometido su pueblo a la brutal tirania de la gorilería blanca. Con ella se cumple una vez más una ley de solidaridad universal segúnla cual son las canciones de los pueblos oprimidos las que más rápida y fácilmente conquistan al mundo: Zorba el Griego, que revela la escondida alegria de la Grecia torturada por una vieja dictadura "descubierta" sólo ahora porque los generales decidieron prescindir del pobre Rey; los Negro Spiritual de los Estados Unidos, el cante jondo y la polka paraguaya, los fados de Amalia Rodriguez y las sambas de Doríval Caymí, las Naranjitay boliviana y las zambas y vidalas de Atahualpa Yupanqui, se oyen en todos los países con el mismo cariño. También el África del sur, aparte del Pata-Pata, ha paseado en triunfo canciones como Mbube, la extraordinaria creación de Solomon Linda que Pete Seeger popularizó en Norteamérica bajo el nombre de Wimoveb -alteración fonética imprescindible para facilitar su pronunciación- y cuya letra se reduce a esa palabra: Mbube, el león; el león que despertará un día y derrocará la tiranía del Apartheid. Una de las consecuencias más notables de la visita de Miriam Makeba a Venezuela fue la tremenda caída de coco que se dieron los muchachos del país con su Pata-Pata ye-yé. Resulta que el verdadero pata-pata es una danza erótica que no tiene que ver en absoluto con el ritmo a lo "Monkee" que le habían adjudicado aquí. De todos modos, no hay nada malo en la equivocación de la juventud venezolana, ni en su afición al baile ye-yé, que es bello y agradable aunque disguste a algunos contemporáneos de Tutankamen. Lo malo no está en que bailen un pata-pata equivocado. Lo trágico es que hayan olvidado la música de su propio país, y ni si quiera eso es culpa suya. Si las nuevas generaciones se vuelven una galleta cuando le tocan un valse o un joropo, los responsables son quienes están "remodelando" la cultura nacional por decreto. Los que decidieron ejecutivamente que de ahora en adelante el indio venezolano será un mancebo de grandes ojos almendrados, con la boca empatucada de manteca de cacao y una expresión de San Sebastian no dispuesto a ser mártir del todo. De los que quieren hacer de Venezuela un país "taurino" a juro y miran de reojo a los no "aficionados" a la bota de manzanilla y la faja y traje majo. En el aspecto musical, hace ya bastante rato que el arpa criolla -la más sonora y evolucionada de América- en sus modalidades llanera y aragueña, pasó al cuarto de los trastos viejos para ceder su lugar a una lamentable imitación del arpa paraguaya que hace sonar los pasajes llaneros como chotis con organillo. La intromisión del contrabajo, la clave y el bongó ha hecho de los antiguos conjuntos criollos algo así como una tamburitza yugoslava que trata de tocar calipso. El bailador venezolano, de acuerdo con el decreto respectivo, ha de ser necesariamente un joven ataviado con unos pantalones tan apretados que un día de estos va a pasar algo, una camisota por los menos trés números mayor que su talla, un pañuelo amarrado por el pescuezo como si tuviera bronquitis y le hubieran puesto aceite alcanforado en la ollita y un sombrero de cogollo con el ala doblada hacia arriba, a manera de cangaceiro estudiando para jíbaro puertorriqueño. Y no se crea, por supuesto , que hemos olvidado las clásicas alpargatas acabadas de comprar y con maracas amarradas. El baile, según lo ordenan las nuevas normas, debe ser siempre igual así se trate de un bambuco tachirense o un golpe tuyero: una suerte de combinación de jarabe tapatio con culepuya barloventeño que se baila saltando para atrás, un poco a la manera del zamuro comiendo tripa, un poco a la del brinco que pega la gente cuando se reúne a ver la culebra que mataron en el corral de las Garacía y de pronto algún gracioso la jurunga con un palito y grita ¡cuidado¡ O más exactamente, como lo dijimos en anterior ocasión -la repetición se justifica- como si alguien hubiera echado una ponchera de agua en medio de los bailadores. No tienen la culpa los muchachos si eso es lo que les han enseñado sus mayores.

Pero todo tiene su remedio: las orquestas populares de viejo cuño, incapaces de meterle al ye-yé como es debido, han inventado un inteligentisimo truco para volver a imponer la guaracha y el bolero entre la gente joven. ¿les han cambiado el ritmo? ¿los han patapatizado? Nada de eso: simplemente, han seguido tocando sus mismas guarachitas y sus mismas cumbias de siempre, pero ahora las llaman y que "Salsa"... ¡Quién quita que a algún joropero vivo se le ocurra hacer lo mismo con la música criolla¡ ¡Qué reconfortante sería ver a los venezolanos bailando de nuevo el joropo, aunque lo llamen "Picante" o algo por el estilo
Autor: Anibal Nazoa, obra Aquí hace calor,pág; 206 y 207,S/-f .

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