17 mar 2011

Reinar Sobre Ruinas/Colette Capriles

La sensación es que cada episodio del espectáculo continuo en el que se ha convertido lo público ni siquiera revela ya un guión, una dramaturgia o una "puesta en escena" sino que, más bien, es un encubridor de otras realidades que nos ogobian sin que sean mencionadas ni se presenten a la conciencia colectiva. Se pretende que una marcha reivindicativa universitaria sea "neutralizada" por una simulación que el régimen improvisa para usufructuar y pervertir esa misma idea de debate y diálogo. La destrucción del patrimonio intelectual que está ocurriendo en las universidades empobrecidas y "lumpenizadas" es motivo, mientras tanto, de regocijo entre la oligarquía gobernante, que tiene buen cuidado de enviar a sus retoños a las de la Ivy League. Cuesta mucho intentar reconstruir la lógica que sostiene lo que está en juego aquí: con la destrucción deliberada de las universiades nacionales se está infligiendo un daño irreversible a las nuevas generaciones, incapacitándolas para insertarse en una economía normal y en un proyecto de ascenso social. La enfermedad de la dictadura, que prefiere reinar sobre ruinas que compartir el poder, está en crisis paroxística.

Y esto obedece al mismo principio táctico que se ha puesto en práctica desde que la arena política cambió de configuración con la presencia institucional de las fuerzas democráticas en la Asamblea Nacional: una táctica de disolución por pantomima (pantomina, dice Cilia Flores), podríamos decir, tratando de convertir cada gesto democrático en una burla, en un despojo moral. Lo que marca este momento político es la apuesta por subrayar y reivindicar la indignidad, la absoluta ausencia de límites morales, y de convertir la corrupción (en todos los sentidos posibles de la palabra, desde la económica hasta la ruindad psicológica) en la gramática más poderosa, o directamente en el único sistema de reglas.

El país pide diálogo: no diálogo entre oposición y Gobierno, sino entre oligarquía gobernante y sus gobernados, y no por amor a la retórica de la armonía, sino como medio para aliviar el espanto de una vida cada día más dura. Pero el régimen ridiculiza y corrompe todo ello; dispone de sus pésimos actores fraguados en el cinismo de quien ya no se cuida de las reacciones del público, instala su batería de felicitadores mediáticos y se autoproduce como una triste y salvaje parodia para despojar a la democracia de su sentido humano.

No tiene mucho sentido discutir acerca de si esta atmósfera tóxica es el resultado de un concienzudo análisis de escenarios políticos y de una elección deliberada frente a otras tácticas, o si es, como creo, simplemente, el único curso de acción posible. No hay muchas opciones disponibles. A pesar de la carta de la "normalización" política que sacan de vez en cuando algunos altos funcionarios, exhibiendo discursos moderados, contribuyendo a mediar en algún que otro conflicto, liberando discrecionalmente presos políticos y negociando reivindicaciones económicas, y a pesar de que asistiremos, sin duda, a una nueva edición del "pacto de los dólares" cortesía de la sangre libia derramada, lo que se está dirimiendo en medio de esta polvareda es cómo atravesar el Rubicón de 2012.

El hecho desnudo es que, aunque las simpatías populares hacia la figura de Chávez siguen considerablemente altas, la opinión  mayoritaría, en todos los sectores, es que no puede seguir gobernando después de este tercer mandato. La escisión entre la persona y el gobernante es ya irreversible. Y el dilema para el´régimen, en consecuencia, está en aceptarla, o negarla.

Los ingresos extras pueden ser considerables y modificarán el perfil del gasto público. Y sin embargo, su eficacia política ya no es la misma.

Quizás, por ley de rendimientos decrecientes, la eficacia política de una nueva inyección de gasto público puede no ser la misma que hubo antaño

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